viernes, 19 de febrero de 2010

20/02/10

Siempre me imagine en un lugar montañoso, blanco por la nieve, con el suficiente frio como para hacerme sentir acompañado, ese lugar que podría guardar los momentos más maravillosos o los más melancólicos, yo sin forma, sin sexo, delimitado por mis propios límites. Lleno de agua el vaso de mi vida sin esperar respuesta de ajenos alegrarme con el viento helado de una tarde de invierno, sufrir las desdichas como solo un amante de lo inesperado sabría. Brillar en la oscura noche cuando la luz de mi fogata se consuma, teniendo a mi madre la luna como el espejo de mis entrañas, perdonando las manchas que otrora habrían infestado mi cuerpo. Levantarme ante la intempestiva calamidad de no saber para donde siguen mis pasos. Curarme, para poder curar a los míos, cantar los cantos de los ancianos embelleciendo las fauces de un desolado rincón del universo, y llenarlo del color de la luz de los sabios. Esperar el momento en que las sombras hagan que el velo que cubre la faz del futuro caiga, y así como cae me levante, despertar del sueño de los tranquilos mares de sueños olvidados y comenzar a actuar…

No hay comentarios:

Publicar un comentario